lunes, 8 de octubre de 2012

El vacío al extremo de la almohada


Me contaba un buen amigo que una de las dedicatorias que más le gustaban, la encontraba en El manto y la corona, de Bonifaz Nuño. En la primera página del libro, más que una línea, un verso, reza: 

Aquí debería estar tu nombre

Pienso que esa elisión del nombre disimula al destinatario, pero no la ausencia. La nostalgia me recuerda que aquí debería estar a quien invoco; pero a riesgo de contravenir las leyes de espacio-tiempo, tan sólo lo nombro.
Conocí a un hombre que nunca dejaba que le sorprendieran las lágrimas surcando sus mejillas. Lloraba a través de sus versos. El día que lo hiciera abiertamente con los ojos, me decía, dejaría de escribir: su hacer no tendría razón de serlo. Si tú aparecieras al nombrarte, no te llamaría más, o mejor dicho, tu nombre sería diferente. Los mismos sonidos de mi boca significarían dos distintos: uno ausente y uno presente. 

A veces me tropiezo con una palabra y al momento se labra un callejón donde irá a parar, junto a otros tropiezos. Aparece una frase, y te pienso a ti, o a otro. 

Aquí deberías estar. 

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